Los viejos demonios de los Balcanes

Bruselas vuelve a mirar hacia los Balcanes. De repente, el futuro de los países de la antigua Yugoslavia, en la cola para adherirse a la Unión Europea, vuelve a ser una prioridad para los líderes de la UE. Jean-Claude Juncker confesaba el fin de semana pasado en una entrevista al Financial Times que cuando se vieron por primera vez con el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, en febrero pasado en Bruselas, advirtió el norteamericano que fueran con cuidado con las amenazas de desintegración europea. “No inviten a otros a marcharse -le habría dicho Juncker- porque si la UE se derrumba habrá otra guerra en los Balcanes Occidentales”.

El futuro europeo de Serbia, Macedonia, Albania o Bosnia-Herzegovina ha vuelto al discurso de la Unión. Y eso que fue el mismo Juncker quien hace dos años aseguró que “ningún nuevo país” entraría en la UE durante el mandato de su Comisión (que debe durar hasta el 2019). Quizás aquella afirmación buscaba calmar inquietudes internas, pero abrió otras en las fronteras comunitarias.

El freno europeo generó decepción entre los candidatos y ha terminado debilitando la capacidad de influencia que europeos y estadounidenses habían tenido en los Balcanes desde el final de la guerra. “Después de veinte años de relativa calma, los demonios de los Balcanes están volviendo”, aseguraron fuentes comunitarias en el portal de noticias europeo Euractiv .

“No hay ningún peligro de guerra en estos momentos en los Balcanes”, dice Dimitar Bechev, experto en la región de la London School of Economics. Pero sí hay un “creciente desengaño con Occidente en toda la región, acompañado de un estancamiento económico y un retroceso democrático -escribe este investigador-, que ha proporcionado un escenario ideal para que Rusia, sutilmente, pueda ganar influencia entre los líderes políticos y la opinión pública de los Balcanes”. Fuentes comunitarias hablan del peligro de las “influencias externas” y han vuelto a poner la región en la agenda con una cumbre incluida, anunciada por el Reino Unido, de cara al año que viene.

“Los países de los Balcanes Occidentales tienen un futuro europeo inequívoco”, dijo Juncker en la reunión de jefes de estado y de gobierno de la UE que fue a Bruselas a principios de mes.

 

El factor ruso

La presencia rusa en la zona es real. Una investigación sobre el crimen organizado publicada la semana pasada aseguraba que hasta diecinueve bancos rusos han blanqueado más de 19.000 millones de euros a través de un entramado internacional que pasa por Bulgaria, Serbia, Croacia, Rumania y Bosnia-Herzegovina. Rusia domina el sector energético de Bulgaria y ha invertido miles de millones en hidrocarburos a Serbia. El pasado octubre, Montenegro acusó a Moscú de conspirar para derribar el gobierno de Podgorica y sus aspiraciones de adhesión a la OTAN. Además, desde el Kremlin también se ven con buenos ojos las amenazas de secesión serbobosnias.

Pero la expansión de la influencia rusa se ha alimentado, sobre todo, del vacío europeo.

Es esta Bruselas que hoy vuelve a hablar del futuro europeo de los Balcanes Occidentales la que ha permitido la deriva de una generación de políticos que aprendieron rápidamente cómo funcionaba el juego con la Unión. Gobiernos como el del serbio Aleksandar Vucic o el de Nikola Gruevski en Macedonia, cada vez más autoritarios, se han ofrecido como una guardia fronteriza de una Unión Europea más obsesionada en detener la llegada de refugiados que en denunciar la involución democrática de sus aspirantes.

ARA