Informe para una academia

Repasemos los momentos más hilarantes del informe que evalúa los libros de texto de nuestros hijos. “Sorprendentemente se dice que Barcelona es la capital de Cataluña, de la misma manera que se podría decir que París lo es de Francia”. En fin, puede sorprender, pero es así. “Se dice que en la Guerra de Sucesión los catalanes se pusieron del lado de Carlos de Austria porque querían defender su derecho a autogobernarse, sin decir que esto suponía una traición a su rey”. Caramba con el posesivo… “Para referirse a España se dice «el Estado», mientras que para referirse a Cataluña sí que se dice Cataluña. Con esta forma de referirse [el redactado es de ellos] lo que se persigue es que el alumno termine de desconocer que existe una realidad que se llama España. […] Y si además se expusieran las cosas que hemos hecho conjuntamente y las que podemos hacer si permanecemos juntos y bien avenidos, seguramente se generaría en los alumnos el sentimiento de sentirse españoles”. Es cierto, y lo podemos rematar con el eslogan “Mejor unidos”, lo que no es adoctrinar, sino hacer lo que toca. Y más: “Se dice que los primeros habitantes de Cataluña fueron los íberos y que fueron tribus «independientes» hasta la ocupación romana […]. Sería más correcto decir tribus libres o aisladas que no decir que eran independientes. […] Parece que se quiera introducir la idea de que Cataluña ya existía”. Yo iría más allá y prohibiría la palabra ‘independiente’. Y la última (¡cómo me cuesta elegir!): “Se presenta a los bandoleros, como Joan de Serrallonga, como personas desesperadas por la situación económica, que sólo asaltaban a los ricos y que eran muy bien valorados por la sociedad rural. Es un mensaje poco instructivo para los niños, ya que se justifica actuar fuera de la ley y vivir de la delincuencia. Puede que, con este texto, se intente justificar el actual incumplimiento de las leyes por parte de determinados gobernantes”. Por supuesto, los niños al leerlo enseguida quieren robar y poner urnas, no por este orden.

ARA

 

 

Libros de texto y franquismo estructural

SEBASTIÀ ALZAMORA

ARA

Llama la atención la preocupación y la cautela extremas que algunos muestran por los contenidos de los libros de texto, como si lo que sale escrito en estos libros fueran mensajes revelados que se quedan grabados a fuego en la mente de las criaturas y debieran condicionar toda la su posterior trayectoria intelectual y emocional; en definitiva, toda su vida. Más bien me parece que lo que sale (y cómo sale) en los libros de texto sólo es uno más entre la multitud de mensajes (los cursis preferirán llamarlo impactos) que reciben a diario los cerebros de los niños y los jóvenes, y no precisamente uno de los que más les interesan ni les influyen.

Oso poner como ejemplo de lo que digo mi ya jurásica infancia, en la que estudiamos con unos libros de texto de tono y contenido indiscutiblemente posfranquista. Aquellos libros ya se ahorraban el enaltecimiento baboso de la figura del Caudillo y de sus hazañas salvadoras de la patria, pero no dudaban en presentar a España como un “país en vías de desarrollo” (categoría ‘ad hoc’ para sortear la de “país subdesarrollado”). Los mapas de España incluían todavía Portugal, con el tenue matiz de una hilera de puntitos o de crucetas que representaban una frontera poco consistente, que parecía que se debía desvanecer de un momento a otro. Por supuesto, en España se hablaba una lengua, “el español”, y luego los “dialectos: catalán, gallego, vascuence y bable”, este último, denominación peyorativa del asturiano. Nos aprendíamos de memoria “las preposiciones” (todavía me las sé), así como “los ríos de España y sus principales afluentes”, que he olvidado. La humanidad se dividía según un concepto denominado “razas”, que eran cuatro: “blanca, negra, amarilla y cobriza”. La raza cobriza, para que nos hiciéramos una idea, venía a ser la de los gitanos, los moros y los indios. En cuanto a la raza amarilla, recuerdo mi decepción cuando vi por primera vez un chino y constaté que no era de color amarillo canario, como salían dibujados en los mismos libros escolares y los tebeos.

Toda esta parafernalia aparecía en los libros de geografía, historia y lengua que manejábamos mis condiscípulos y un servidor, y no todos hemos salido votantes del PP. Naturalmente, con esto no quiero decir que tengamos que despreocuparnos de los libros de texto actuales: al contrario, tenemos que aplicarles exigencia y rigor, como a todo en la vida. Pero de ahí a conceder el más mínimo crédito a una denuncia inventada por un sindicato menos que minoritario que actúa dentro de los márgenes de la marginalidad, va un trecho. Otra cosa es que lo magnifiquen ellos, los que todavía están en el marco mental de los dialectos y las razas y que hoy reciben en Madrid al presidente Puigdemont, al vicepresidente Junqueras y al consejero Romeva con un comité de bienvenida a cargo de una manifestación falangista y de extrema derecha. El PP consiente y ampara a los fascistas mientras persigue judicialmente a un gobierno que compra urnas. No sé con qué libros estudió Soraya, pero si no se los ha quitado de la cabeza es tan sólo porque no ha querido.