¿Pueden independizarse los kurdos?

Gracias a la protección occidental que pudo imponer una zona de exclusión aérea sobre el Kurdistán que impedía los ataques aéreos del ejercito de Sadam Husein tras su derrota en la guerra de 1991, los kurdos consiguieron realizar su sueño de establecer una verdadera zona autónoma en el norte del Irak. Pero pocos años después, en 1996, se enzarzaron en una guerra civil, no por breve menos cruenta.

A consecuencia de aquellos combates entre los peshmergas de Barzani, con su capital en Irbil, y los guerrilleros de Talabani en la ciudad de Suleimaniya, no lejos de la frontera iraní, el Kurdistán fue un flamear de banderas, verdes las de Barzani, amarillas las de Talabani.

El color de sus banderas dividía su territorio en dos zonas, vaciándose el contenido del Gobierno central autónomo de Irbil y organizándose en cada uno de los dos enclaves sus propios consejos de ministros.

Los habitantes de uno y otro sector no podían desplazarse a través de los puestos de vigilancia de Barzani y Talabani con sus banderas al viento por las carreteras del hermoso y abrupto paisaje kurdo. Ambos bandos enfrentados se disputaban sobre todo los pingües beneficios por el tráfico de su petróleo exportado a Turquía.

En su patético enfrentamiento, que costó vidas y devastación, y dio al traste con las ilusiones de su entidad autónoma fuerte y unida, sólo pudieron ponerse de acuerdo cuando Estados Unidos impuso el cese de hostilidades. Estaban entonces percatados de la necesidad de contemporizar con el poder central y postulaban por un Estado federal de Irak, que al final, por la influencia de los ocupantes estadounidenses, pudo conseguirse. Según su Constitución, el presidente de la república federal debía recaer en un dirigente kurdo.

Es indudable que su suerte depende de la evolución del Irak y de sus vecinos –Turquía, Irán y Siria–, además de la protección de Occidente. Si por una parte las administraciones estadounidenses han sido generosas con los kurdos iraquíes, han armado y ayudado a sus fuerzas militares peshmergas, alentaron estos años a sus combatientes contra el enemigo común del Estado Islámico (EI), por otra no secundan sus anhelos de independencia. La diplomacia norteamericana no es proclive a apoyar pueblos, ya sean del norte o del sur, que aspiran a su plena libertad nacional, desgajándose de sus estados constituidos.

El presidente Barzani aspira a que el referéndum, además de ser una expresión de la voluntad de los kurdos a su independencia, sirva de impulso a una renovada negociación con el gobierno de Bagdad. Una formula conveniente podría ser el establecimiento de una confederación de Irak y Kurdistán. El tema fundamental sigue siendo el petróleo kurdo.

Tanto el Gobierno de Bagdad, presidido por el político chií Haider al Abadi, como el de Irbil son aliados de EE.UU. Iraquíes y kurdos convergen en combatir a los bárbaros del EI, aunque también divergen en sus objetivos estratégicos. EE.UU. están empeñados en garantizar la seguridad del Kurdistán. Ante el hecho consumado de la iniciativa del referéndum a la que se oponen Turquía e Irán, el gobierno de Damasco ha manifestado su voluntad de negociar con sus propios kurdos sus anhelos de constituir su ya proclamada autonomía en el norte de Siria.

Ha pasado el tiempo de los acuerdos de Sykes-Picot, adoptados hace un siglo tras la derrota del imperio otomano por el Reino Unido y Francia, que configuraron el mapa del Oriente Medio.

¿Es posible pensar que ahora serán EE.UU. y Rusia los que puedan llegar a otros pactos para determinar el futuro de estos pueblos? La larga guerra civil libanesa de 1975 a 1990 concluyó con un eficaz acuerdo, por más increíble que pueda parecer, entre Estados Unidos y Siria, que todas las milicias no tuvieron mas remedio que acatar.

LA VANGUARDIA