Entre 1934, 1936 y 1939

A lo largo de los últimos años, el precedente histórico más invocado entre los adversarios del proceso independentista fue el Seis de Octubre de 1934, con el mensaje explícito o implícito de que, cuando Cataluña había intentado separarse de España, los resultados habían sido la derrota y el desastre. Era una analogía falaz y tramposa, porque en octubre de 1934 Companys no proclamó ninguna independencia ni quiso separarse de la República Española sino, por el contrario, rectificar el rumbo político en alianza con el PSOE y con las otras izquierdas hispánicas. También lo era porque, contra la voluntad del presidente, ese día hubo varios enfrentamientos armados con decenas de muertos y cientos de heridos, una circunstancia que daría algún fundamento a las posteriores acusación y condena contra el gobierno catalán por el delito de “rebelión militar “. Del 2012 al 2017 no ha habido nada de esto.

Y, sin embargo, la reacción del Estado y el establishment español se adivina mucho más rencorosa y vengativa que en 1934; están decididos, por poco que puedan, a cortar de raíz el nacionalismo catalán por una generación, estilo 1939, aunque no con los mismos métodos porque ahora no los pueden utilizar. No quisiera minimizar la represión de los años 1934-35, pero sí recordar algunas cosas. La extrema derecha española nunca perdonó al general Batet la contención democrática con la que había sofocado la proclama de Companys, la “debilidad traidora” de no haber aprovechado la ocasión para hacer una escabechina de separatistas; de hecho, se lo harían pagar con la vida a los dos años y medio. A nivel político, los seis gobiernos diferentes que se sucedieron en Madrid durante los 15 meses posteriores al Seis de Octubre eran demasiado débiles para aplicar en Cataluña más que parches y paños calientes, medidas sin ninguna capacidad para modificar hegemonías ideológicas.

Ahora, en cambio, el “chulo intransigente” Rajoy -la descripción es del editorialista de The New York Times- se siente fuerte con el apoyo del bloque PP-Ciudadanos-PSOE, y confortado por una élite intelectual y mediática decidida a humillar a los catalanes de tal manera que -Juan Luis Cebrián dixit- ya no se pregunten cuándo alcanzarán la independencia sino cuándo recuperarán la autonomía. Los indicios de esta atmósfera de victoria y de revancha, de esta voluntad de hacer un escarmiento que deje una huella duradera, son múltiples: desde el clima en el Senado el pasado viernes, cuando se aprobó la aplicación del artículo 155, hasta la unión sagrada de la prensa madrileña, pasando por la sintomática excitación de la extrema derecha y sus curiosos atavismos: el otro día acosando a Cataluña Radio a pedradas, el 11 de julio de 1936 asaltando Unió Radio de Valencia pistola en mano…

Es tan intenso, este deseo de “hacer un 1939” incruento o poco cruento, que están dispuestos a destruir en la práctica el mismo régimen de 1978, tan elogiado de palabra. Los que nunca creyeron en el título VIII de la Constitución española -por ejemplo, aquel Aznar que en 1979 advertía, en el diario ‘La Nueva Rioja’, contra “las tendencias gravemente disolventes agazapadas en el término nacionalidades”- han visto en la crisis catalana la oportunidad de desactivar el contenido autonomista de la carta magna, el pretexto para una contrarreforma constitucional tácita que, bajo la amenaza del artículo 155, discipline y uniformice de una vez las malditas comunidades autónomas, y las dedique a “hacer carreteras y poco más”, como deseó Rajoy cuando era el líder de la oposición.

Ante esta perspectiva, no podemos ser ni ingenuos ni puristas, ni seguir confiando cándidamente en la Unión Europea. Lo diré sin rodeos: el independentismo, el conjunto del soberanismo, la totalidad de los adversarios del 155 deben concurrir a las elecciones del 21 de diciembre. ¿Que las ha convocado Rajoy sin legitimidad para hacerlo? De acuerdo. ¿Que habrá que ver las condiciones de la precampaña y la campaña? Sin duda. Pero una cosa es segura: el unionismo se movilizará como nunca, el Estado abocará todo lo que tiene para hacer un ‘plebiscito’ -ahora serán ellos, los ‘plebiscitarios’- capaz de aplastar al nacionalismo catalán durante 20 o 25 años; y lo darán por válido -y Europa asentirá- aunque la participación sea del 40% o menos. ¿Se imaginan cuatro años con un Parlamento monopolizado por Cs, PP y PSC?

Los escrúpulos y las dudas son muy comprensibles, pero tal vez la historia puede ofrecer alguna lección. En febrero de 1936 la autonomía quedaba suspendida, en la Generalitat había un pseudogobierno títere, Companys y sus consejeros estaban en presidio, había exiliados y el país salía de un año largo bajo estado de excepción. En este marco, y ante la convocatoria electoral, se formó el Frente de Izquierdas de Cataluña. Confluían en el mismo de comunistas a liberales, de independentistas a discretos autonomistas, de ‘rabassaires’ (aparceros) a empresarios, todos unidos por el rechazo de la represión y la defensa de la dignidad colectiva, con el retorno de presos y exiliados en lo alto del programa. Obtuvieron el 60% de los votos.

ARA