El descrédito de la UE

Los historiadores asumimos que el proceso de construcción europea lo asumió aquella generación traumatizada por dos guerras mundiales, el horror del fascismo, y que expresó la determinación de que esto no se podía repetir. Sin embargo, hay que decir que a estos loables objetivos se sumaba el hecho de que el proceso de construcción europea también respondía a la necesidad de establecer una alternativa geopolítica al internacionalismo comunista en el contexto de la guerra fría. Es así como un intento de estrechar lazos entre sociedades que se habían matado durante generaciones buscó en la cooperación económica uno de los fundamentos de la solidaridad europea, aunque desde las coordenadas del bloque capitalista. Sin embargo, más allá de la dimensión material, es cierto que Europa trató de convertirse en un proyecto atractivo fundamentado en valores humanísticos y de civilización, con la paz y la convergencia social y económica como principios.

Terminada la guerra fría, extinguida la generación que vivió la segunda guerra mundial, desvanecido el miedo de la revolución, Europa asumió una deriva donde los valores humanísticos se fueron cambiando en los principios del neoliberalismo que copaban buena parte de las instituciones políticas internacionales y del mundo académico. Fruto de ello, fue el Tratado de Maastricht (1992) el primer aviso de la deriva involutiva de las instituciones europeas en las que se fueron forjando instrumentos y mecanismos de decisión en los que a menudo se hacía el trabajo sucio de los estados, se imponían medidas que perjudicaban a la ciudadanía, y se establecían fórmulas que protegían los intereses de los grandes capitales mientras se ahogaban los métodos de participación o censura ciudadana. Algunos de los casos más flagrantes fueron el Tratado Constitucional de 2004, que ignoró el rechazo de franceses y holandeses a los referendos de ratificación, o las directivas como la Bolkestein u otras en la misma dirección destinadas a destruir las legislaciones nacionales de protección laboral alcanzadas a base de generaciones de luchas sindicales. La Unión Monetaria y el euro, que debía servir para facilitar la circulación de bienes y personas, que ha permitido afianzar la conciencia de formar parte de una entidad supranacional sólida, ha servido, en la práctica, para imponer el modelo ‘ordoliberal’, de supremacismo económico alemán, al conjunto de la ciudadanía europea.

Así, a partir del momento en que se produjo la reunificación alemana, se puede decir que el proyecto hegemónico prusiano ha acabado imponiendo por la vía institucional y económica lo que el káiser Guillermo II intentó, por primera vez, en agosto de 1914 por la vía militar: una Europa con hegemonía germánica, moldeada de acuerdo con los valores autoritarios persistentes en cierta mentalidad centroeuropea, que prevé una relación entre paternalista y despótica con otras sociedades que considera inferiores. Basta con mirar el tabloide ‘Bild’ para entender esta cosmovisión que explica la actuación de Angela Merkel y su antiguo ministro de Finanzas (hoy presidente del Parlamento) Wolfgang Schäuble. Episodios recientes como la despiadada actuación con Grecia y Chipre, la contemporización respecto a las derivas autoritarias de Hungría y Polonia, el apoyo descarado al fascismo en el conflicto ucraniano o el naufragio diplomático que ha supuesto la política hacia los refugiados. Frente a esta deriva donde se ve claramente que los valores primigenios de la construcción europea han sido sustituidos para encubrir una política “pacífica” de ‘lebensraum’ en la expansión hacia el este y la oposición a Rusia, es normal que la democracia británica haya decidido desmarcarse siendo la primera deserción.

Es todo esto lo que explica la actuación vergonzante de las instituciones europeas respecto a la prueba de fuerza que le ha representado el asunto catalán. Si Hitler apoyó a Franco, es obvio que la mentalidad autoritaria alemana haga que Merkel apoye a Rajoy frente a una cuestión que no tiene que ver con nacionalismo, sino con democracia. Es por eso que esta actitud política de las instituciones de Bruselas, incapaz de censurar públicamente que un Estado instaure una dictadura en un territorio (con ocupación policial, represión, censura, tribunales inquisitoriales, presos políticos o exiliados) hace que el descrédito esté matando el sueño europeo, que, no lo olvidemos, surgió para evitar precisamente esto.

La República Catalana, en un momento u otro, deberá celebrar un referéndum sobre la pertenencia a la UE. En el momento actual, quien esto escribe, y dada la experiencia, probablemente votará que no.

EL PUNT-AVUI