El árbol de Gernika en Nabarra

Este 29 de enero representantes de las Juntas Generales de Bizkaia donaban a Sartaguda, el represaliado pueblo de las viudas, y lo recibía su alcalde, un retoño del roble de Gernika, símbolo de libertad y del bombardeo que la arrasó en 1937 precisamente por ser insignia de la misma, preludiando la guerra que acechaba al mundo. Se trata de un homenaje civil a las víctimas de los totalitarismos militares que afligieron a Europa en aquel tiempo atroz. Simboliza el nuevo árbol la esperanza de resurrección en una primavera en la que no haya que llorar a las víctimas de las hecatombes promovidas por los hombres del mal, los anticristos de aquel tiempo: Franco, Hitler, Mussolini, Stalin, y los de todos los tiempos.

Hubo plantación de un retoño del roble en Estella/Lizarra un jueves 15 de marzo de 1908, promovido por Estanislao Aranzadi, el euskalerriako, natural de Lizarra, y abordado en el municipio por el concejal Daniel Irujo. Se llevo a cabo, según acta que conservo, con una ceremonia que comenzó en la casa consistorial a las 3.30 de la tarde, en presencia del alcalde en funciones, Zorrilla, varios miembros de la Corporación, representantes eclesiásticos y del Centro Vasco de Bilbao, que trajeron el retoño, amenizado con un desfile de niños de las Escuelas Pías y las Municipales, en cuyo patio se plantó. No dice el legajo si hubo txistu y tamboril, aunque anota que dos alguaciles trajeaban de gala, describiendo el recorrido por la calle del Andén a la de la Inmaculada, accediendo al edificio de las escuelas, donde esperaba un gentío entusiasta.

Da cuenta el secretario ampuloso cuya letra de rasgos cursivos reseña la ceremonia, de los discursos pronunciados: del Sr. Azaola, disertando del símbolo libertario del Árbol desde los remotísimos tiempos de la nación pirenaica y que se entregaba a la tierra de Estella, espejo de patriotismo. Añadió que toda la riqueza de Bizkaia, que era mucha, resulta poca al lado del árbol, símbolo de lo mejor de su alma, y que entregaba un retoño del mismo, en ofrenda, a su hermana mayor, Nabarra. Se procedió a la plantación, el Sr. Arcipreste bendijo el retoño, terminando el acto con un brillante y patriótico discurso del concejal Irujo, que no recoge el legajo.

Seguramente Irujo habló o quiso hablar de su amistad con Sabino Arana, del entretejido amistoso mantenido desde niños, al exiliarse las familias tras la 2º Guerra Carlista, y desarrollado plenamente en su juventud. De la ideología carlista de sus mayores, que veneraba el árbol, arribaron a la ideología nacionalista de la que Arana fue protagonista esencial y principal, vocero de los nuevos tiempos aventurados para el país de los vascones o euskaros, desterrando los nefandos tufos de la derrota y expatriación que significaron las guerras del s.XIX, en las que Lizarra fue capital carlista, deteniéndose en ese discurso que voy imaginando, en los días venturosos de la Gamazada en Castejón, cuando resonó el paloteado de Monteagudo rememorando la independencia perdida de Nabarra en 1512 y la convocatoria de unión de los pueblos vascos. Irujo, profesor en Deusto, desde 1903 se instaló en Lizarra para trazar en Nabarra, el itinerario de los euskalerriakos. El principio de un nacionalismo unificador y pacífico en sus reclamos de lengua, cultura y autogobierno.

Aquel árbol no progresó y otros posteriores tampoco: manos arpías los talaron, ignorantes del significado del roble en nuestra cultura, mientras florecían sus retoños en tierras americanas: uno plantado frente a la Casa Rosada de Buenos Aires, en una plazoleta, detrás del monumento del fundador de la ciudad, Juan de Garay, otro frente al Capitolio de Washington, y en plazas de Uruguay y Colombia, con esculturas o lápidas de Oteiza y Basterretxea. Tirso de Molina y William Wordswrth le alabaron en encendidos y hermosos versos, Rousseau afirmó que “el árbol de Gernika es el padre de los árboles de la libertad”, el general Moncey, exponente de las ideas libertarias de la Revolución francesa, presentó sus respetos ante el árbol, y él y sus oficiales adornaron sus sombreros con sus hojas, en la canción de Iparragirre que supuso un segundo himno nacional para los vascos de todos los continentes… en la crónica de Steer sobre la guerra en Euskadi, titulada El Arbol de Gernka, tratando de explicar al mundo, tras el bombardeo, porque habían luchado los vascos, pequeño pueblo primigenio en la encrucijada de Europa, que levantaba la frente desafiante a los totalitarismos.

Si el símbolo es la representación sensorial de una idea, podemos afirmar que el árbol de Gernika personifica libertad, porque quienes ejercieron mandato en la Villa Juradera lo hicieron con franca expresión del pensamiento y aprobación de leyes justas a la comunidad a la cual servían. Los junteros cambiaban el nombre propio al entrar en la Sala por el nombre del pueblo al que representaban, garantizando honorabilidad y lealtad a los fines para los que había sido elegidos. Y estamos hablando de semejante democracia en los albores de lo que hoy conocemos como Europa.

Vale terminar esta ajustada reseña del árbol, que me motiva el acto de Sartaguda, con los versos del poeta argentino Lugones, dirigidos al bertsolari Embeitia: …Lo saludo en la patria que toda gloria explica/ lo saludo en el vástago del árbol de Gernika/ lo saludo en el Fuero de la honra y la equidad….

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