Garoña 45 años después

Es posible que la última catástrofe nuclear de Fukushima (Japón, 11/3/2011) represente el aldabonazo para el abandono de la alternativa nuclear en el planeta. Así parece que lo ha entendido la Alemania de Angela Merkel que, después del accidente, confirmó la paulatina cancelación de todas sus centrales nucleares (17) para los próximos ocho años. Alemania interpretó, de manera inequívoca, que una elección tecnológica de esa entidad es, sobre todo, una elección social y, consecuentemente, política. Angela Merkel designó, a raíz de la última catástrofe nuclear en Fukushima, una comisión ética, multidisciplinar, plural, de personas con reconocido prestigio social en Alemania, para tomar una decisión crucial para el programa energético nuclear alemán. Su decisión final fue drástica y de entidad: cerrar para 2022 todas sus centrales nucleares.

Según la Administración de ese país, pionero tecnológicamente en el planeta y con un importante desarrollo socio-económico, la controversia nuclear no es técnica sino esencialmente ética y política. ¡Y eso que se trata de un gobierno conservador! Pues bien, en el Estado español la señora Cospedal, alta representante del Gobierno y relevante miembro del PP, opinaba sin embargo que la cuestión energética nuclear es «técnica». Y con esta lectura proponen alargar la vida de centrales nucleares como Garoña, Trillo etc. hasta los 60 años. (¡Garoña es la central nuclear más vieja de Europa!). Hay que recordar que la «vida útil» con la que se construyó la central hace 47 años estaba estimada en 25-30 años. Pretender pues, alargar su vida 17 años más con un riesgo probabilísticamente cada vez mayor que, en caso de catástrofe, afectará a todas las comunidades autónomas de su entorno y a todas las comarcas agrícolas de la cuenca del rio Ebro hasta el Mediterráneo, es absolutamente irresponsable, entendible solo desde la insaciable y ciega voracidad del capital (Endesa e Iberdrola). Hoy aún, los reactores que tiene Japón permanecen semicerrados tras la decisión del primer ministro japonés Naoto Kan de que «Japón debería alejarse de la energía nuclear y algún día renunciar totalmente a ella». Ignorar esta reflexión, como ignorar la actitud de Alemania, es suicida. Fiarse y condicionar la decisión a lo que afirme Nuclenor o el cuestionado Consejo de Seguridad Nuclear es una amarga ironía. Las grandes operadoras, poderes fácticos desde el franquismo, parecen seguir haciendo lo que quieren.

Cuarenta y cinco años después del inicio de la lucha antinuclear, la amenaza atómica gravita, de nuevo, sobre nuestro territorio. Alemania, por el contrario, insisto, ha tomado ya la firme decisión de ir cerrando sus centrales nucleares. Antes ya Italia, Austria, Suiza etc. votaron en referéndum el abandono de la energía nuclear, después del accidente catastrófico de Chernobyl (Ucrania, 1986). Son ya 13 los países de la CE que no disponen de centrales nucleares, igual que en decenas de países y regiones del planeta.

Esta grave amenaza la expresó y razonó en toda su amplitud el movimiento antinuclear vasco durante la década del 70 y hasta 1983-1984 (moratoria nuclear en el Estado decretada por el Gobierno de Felipe González). Este amplio y plural movimiento social entendió ya entonces, que se trataba de un riesgo inasumible, con fuertes características éticas y políticas. Fue el Generalísimo Franco el que pretendió sembrar Euskal Herria de centrales nucleares con los proyectos de Garoña, Lemoniz, Ea-Ispaster, Deba, Tudela, etc. Pero aún más grave es el hecho de que la gran mayoría de las fuerzas políticas y sindicales de la época, AP, PC, PSOE, PNV, CCOO, UGT etc. aceptaran, con la boca grande o pequeña, la alternativa energética nuclear, pues era «el precio que había que pagar por el progreso», «o Lemoniz o las velas», ¡Que trágica ironía!

Afortunadamente existe una detallada información cronológica de aquellos hechos que la Comisión de Defensa de una Costa Vasca no Nuclear (CDCVNN), y los Comités Antinucleares a otro nivel, desarrollaron con precisión y pulcritud en los tres libros que publicó entonces la Comisión de Defensa, desde que el movimiento social se consolida en torno a la oposición frontal y razonada a Lemoniz y al megalómano programa nuclear franquista. También debe consultarse la hemeroteca de la prensa desde 1973 a 1984, que resulta imprescindible y reveladora para comprobar esto que aquí se afirma.

La lucha antinuclear en Euskadi contribuyó poderosamente a la paralización de otros proyectos en el Estado y en Europa. En 1984 el Gobierno de Felipe González decretó finalmente la moratoria nuclear. Desgraciadamente la confrontación tuvo víctimas, consecuencia de expresiones de violencia que nunca debieron instalarse en la racionalización y resolución que insistentemente demandó el movimiento social durante muchos, muchos años. Agotamos todas las vías hasta el final, solicitando encarecidamente y como colofón de la trágica controversia un referéndum. Todo fue en vano. Desde las instituciones se despreció e ignoró a ese riguroso y potente movimiento popular.

Hoy ya, mirando al futuro con esperanza, la maltrecha alternativa nuclear, propiciadora además de la proliferación de armamento nuclear, de dependencias y vulnerabilidades, carece de futuro. Estamos instalados de lleno en la transición energética desde las energías convencionales no renovables: petróleo, gas, carbón, nuclear etc., a las energías renovables también denominadas alternativas: energía solar con sus variantes, energía eólica, mareomotriz, hidráulica, de las olas, geotérmica, biomasa, del hidrógeno, etc. Además del amplio campo que aún queda por desarrollar en la conservación, racionalización y eficiencia de los actuales usos de la energía.

Las energías renovables, con sus características socio-políticas, territoriales y éticas son, inequívocamente, el rumbo obligado del nuevo modelo energético sostenible. No son una opción sino una necesidad, entre otras razones, porque hay que frenar las emisiones de gases de efecto invernadero causantes principales del amenazante cambio climático. Es en este contexto cuando resulta lacerante el intento de volver a poner en marcha la vieja central nuclear de Garoña. Central que debería estar ya definitivamente cerrada desde hace años. Se construyó pensada para una vida media de 25-30 años y tiene ya 46 años. A nivel tecnológico es idéntica al reactor nº1 de Fukushima ¡proyectado ya hace medio siglo!, con componentes y estructuras que muestran, obviamente, «fatiga» de los materiales, con un riesgo inimaginable para el amplio entorno de 50 km al menos que rodea al reactor. Garoña representa pues, con la decisión de alargar su vida ¡hasta los 60 años!, un riesgo inasumible, un disparate que amenaza a su amplio entorno y al riego agrícola de toda la cuenca del Ebro hasta el Mediterráneo. El Gobierno Español cree, sin embargo, que es asumible y que se trata de un problema «técnico» y no social y, en consecuencia, político.

NAIZ