Biarritz bajo las bombas

Se cumplen 73 años del bombardeo aliado de la ciudad costera labortana durante la Segunda Guerra Mundial

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Habían pasado solo siete años desde que Gernika y Durango fueran bombardeadas por la aviación alemana y nazi al servicio de Franco cuando otra localidad vasca se convirtió en blanco del terror desde el cielo. El 27 de marzo de 1944, el Ejército norteamericano bombardeó Biarritz y parte de Anglet, localidades ocupadas por los nazis desde 1940. Ese día 145 civiles perdieron la vida -entre ellos cuatro niños- y 250 personas resultaron heridas por la descarga de 45 toneladas de explosivos. Sin duda el día más trágico que sufrió el País Vasco continental durante la Segunda Guerra Mundial, y tan solo pocas semanas antes del desembarco en Normandía que puso fin a la ocupación nazi.

Las bombas destruyeron 375 casas y además, un número todavía desconocido de alemanes que ocupaban el hotel Angleterre de Biarritz también fallecieron. Ese mismo día los escuadrones aliados bombardearon también las ciudades de Pau, Mont-de-Marsan, Burdeos y La Rochelle en una misión cuyo objetivo era destruir las infraestructuras ocupadas por los nazis, entre ellas la pista del aeródromo de Parma, en Biarritz. Sin embargo las condiciones meteorológicas en la costa labortana impidieron que el aeropuerto fuera destruido y jugaron en contra de la cercana localidad.

Según testigos de la época, el viento se llevó hacia la costa la columna de humo blanco que provocó un primer avión y la nube cubrió el cielo de Biarritz. Los 168 aviones que llegaron después, unos modernos aviones Liberator con gran carga ofensiva, lanzaron las bombas sin percatarse de que estaban sobre Biarritz. La prensa local habló al día siguiente de “Masacre anglo-americana”, mientras otro titular destacaba “Los libertadores han sobrevolado Biarritz dónde han provocado luto y destrucción”. La prensa colaboracionista afirmó que la ciudad había sido “víctima de un raid terrorista angloamericano”.

Testimonios

Anastasia Bereau, cuyo hermano había muerto en marzo de 1942 en Alemania tras ser capturado por los nazis, fue testigo directo del bombardeo de Biarritz. Natural de la localidad navarra de Arantza, con 20 años se encargaba de cuidar y de enseñar euskara a los hijos de Marc Légasse, uno de los impulsores del nacionalismo vasco en Iparralde. “Desde la ventana veíamos caer muchas bombas, parecían huevos. El ruido era estremecedor y lo peor es que no sabíamos cuánto iba a durar ni si nos íbamos a librar de aquella tragedia” rememora Anastasia a sus 93 años.

Pese a haber perdido a su hermano de tan solo 27 años y padecer la ocupación de los nazis durante varios años, Anastasia no recuerda haber pasado hambre porque en los caseríos tenían de todo para alimentarse y en casa de la familia Légasse tampoco hubo penurias. “En casa de los Légasse había más personas de servicio que de la propia familia” asegura. El bombardeo provocó, en cambio, un caos y un pánico que rompieron con la relativa tranquilidad en la que vivían, según recuerda la anciana de Bortziriak.

Honorine Borthaire tampoco ha olvidado el día más negro de la guerra en tierras vascas. “Eran las dos y cuarto de la tarde y el bombardeo, que duró unos siete interminables minutos me pilló mientras hacía compras” recuerda esta mujer de Senpere. “Trabajaba entonces en Uztaritze e íbamos hasta la costa en bicicleta, todo un lujo porque si no había que ir andando. Las sirenas dieron aviso pero no pudimos escapar por lo que nos tiramos todos al suelo” evoca.

En la memoria del jeltzale zarauztarra Marcelo de Zarobe el bombardeo de Biarritz se sumó a las explosiones de las minas alemanas colocadas en la entrada del puerto de Baiona y, años antes, al recuerdo del bombardeo de Bilbao. Su familia, que huyó a Euskadi norte tras la victoria franquista, se vio envuelta en un conflicto todavía mayor. “El bombardeo fue una auténtica hecatombe” recuerda.

Refugiados

“Cerca de casa había más guipuzcoanos y en una familia murieron la madre y las dos hijas. Personas que se bañaban en la playa del Port-Vieux también aparecieron sin vida. Tras el bombardeo desapareció el sol y se hizo de noche mientras la temperatura bajó diez grados. Era un silencio mortal y a los pocos minutos, al desaparecer el polvo, empezaron los gritos de los heridos y los movimientos de los bomberos que procedieron a recoger decenas de cadáveres”.

Marcelo de Zarobe se acuerda de que la Kriegsmarine, la fuerza naval del tercer Reich, tenía decenas de cañones armados en toda la costa y que uno de ellos consiguió impactar a una bomba en el aire. Un piloto estadounidense, con el que posteriormente tuvo relación, recibió metralla de su propia bomba en el codo izquierdo y le salió por el hombro. “Las cuadrillas de aviones tenían kilómetro y medio de ancho por kilómetro y medio de largo”. En toda la costa labortana, los ancianos no olvidan el miedo que pasaron durante el sangriento bombardeo de Biarritz.

Una hecatombe también para los vascos

Decenas de hombres de Hegoalde que huyeron del franquismo lucharon contra los nazis en Francia

El próximo 8 de mayo se cumplirán 72 años del armisticio de la Segunda Guerra Mundial en la que más de 60 millones de personas perdieron la vida, entre ellos cientos de vascos. Pocas semanas antes del fin del conflicto, el Batallón Gernika participó en la liberación de la Pointe de Grave en el Médoc, en las afueras de Burdeos. Bajo las órdenes del comandante irunés Kepa Ordoki y la supervisión del Gobierno vasco en el exilio, decenas de hombres de Gipuzkoa, Bizkaia, Araba y Nafarroa que huyeron del franquismo lucharon contra los nazis en Francia. Cinco de ellos perdieron la vida. Y no fueron los únicos, tal y como recuerdan los monumentos construidos en todos los pueblos de Iparralde.

A finales de junio de 1940, los alemanes llegaron al País Vasco y entre sus primeras decisiones ordenaron quitar todas las banderas francesas y sustituirlas por la bandera nazi, un símbolo que permaneció hasta agosto de 1944. Durante cuatro años ocuparon gran parte de Lapurdi y Baja Navarra, tiempo en el que actuaron contra la población judía de la zona: sesenta judíos de Baiona fueron enviados a los campos de exterminio.

Además de requisar bienes a la población civil, los ocupantes solían invitarse a comer en las casas de la población civil. En Hendaia, Estefana Irastorza recuerda el día en el que soldados alemanes pidieron que, en vez de servirles pollo o gallina, les dieran para comer gallo. La niña, que tenía entonces unos diez años, entendió más tarde que la intención de los nazis era que se sacrificase al animal símbolo de Francia.

Para hacer frente a la ocupación, numerosos vascos del norte optaron por integrarse en redes de la resistencia y no pocos actuaron como mugalaris para facilitar la huida de miles de judíos, aliados y hombres que no querían participar en el STO, el Servicio del Trabajo Obligatorio.

Durante los años cuarenta, los Pirineos se convirtieron en una auténtica zona de escape gracias a la ayuda, entre otros, de los contrabandistas locales que conocían la zona mejor que los ocupantes. Pese a todo, los alemanes consiguieron capturar a más de 3.500 personas que intentaban huir hacia España. Casos como el de un joven de San Juan de Luz, obligado a participar en la construcción de los búnkers del Muro del Atlántico, que todavía se pueden ver hoy en día en las playas de Lapurdi. Capturado cuando trataba de huir del STO, los nazis le enviaron a un campo de concentración dónde murió con tan solo 18 años.

DEIA