El envejecimiento de la población vasca

No se sabe bien si nuestros gobernantes ignoran el problema, o es que es tan grave que se ha convertido en un acertijo macabro. Porque la realidad es que la población vasca no es capaz siquiera de cubrir su reposición y a este ritmo, en escasos años estará en riesgo de desaparecer por consunción. Los organismos oficiales vascos se limitan a poner parches con mentalidad de considerarlo gasto superfluo, cuando requiere medidas radicales inaplazables para la supervivencia como sociedad desarrollada, a sabiendas de que lo están dilatando irresponsablemente. El problema tiene dos facetas: una, son las consecuencias de que la edad de la población crezca y no haya la reposición, pues ello significa que los costes económicos que requiere mantener el status es insoportable, además de que faltará población activa capaz de generar riqueza para cubrir las pensiones de esa población pasiva que crece asintóticamente, pero no la de los activos necesarios. Pero el problema tiene otro sesgo difícil de cuantificar y definir. En una sociedad envejecida las mentalidades también envejecen, pues falta iniciativas de todo tipo, en especial la creatividad empresarial que genere puesto de trabajo y que haya los profesionales suficientes para reponer e incrementar la necesaria demanda de trabajadores. Una sociedad envejecida requiere unos servicios sociales y de salud de todo tipo que atienda a una población pasiva cuya salud se va deteriorando paulatinamente por la propia naturaleza de la vida humana. Los organismos públicos se limitan a ayudas a incentivar la natalidad que no constituyen ningún estímulo para las mujeres en edad fértil. No han debido analizar las políticas de fomento de la natalidad de los países nórdicos que han sabido hacer frente al problema con políticas eficaces siendo las más prolíficas actualmente. Es en estos casos cuando se evidencian los gobernantes que cumplen con su misión de preocuparse del bien común. Quizá los nuestros no sepan qué es ese concepto: sería recomendable que leyeran La República, de Platón.

GARA