Salesianos ‘on fire’. Penas y esperanza

Hay que remontarse hasta mediados del siglo pasado para encontrar en Pamplona una actuación tan nefasta como ésta. No hablo de gestión, de plusvalías, de especulación, de requiso de las competencias locales, de negociación ni de interés social, ni de un retraso de unos meses. Hablo del resultado final que va a quedar para la posteridad. Eso es lo que más debería preocuparnos. Del vaivén político o del destino de las plusvalías nadie se acordará (salvo los historiadores y los aficionados a la historia), pero el desaguisado urbano quedará a la vista para todo el mundo mientras dure el hormigón. Que no se entienda el fondo, una pena. Históricamente, la ciudad se vio obligada a crecer en altura por no poder derribar sus murallas, y por no estarle permitido edificar en el entorno de la misma. Al fin pudo explotar y expandirse Pamplona hacia el sur. Es cierto que durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX se produjeron una serie de incrementos edificatorios nada interesantes (incrementos de altura en la zona sureste del II Ensanche y en el entorno del paseo de Sarasate), siendo la peor actuación la que supuso el innecesario taponamiento de las calles Olite, Aralar y Medialuna hacia el sur. En el II Ensanche hay actuaciones poco afortunadas (o al menos discutibles), pero en casi todos los casos la fuerza del urbanismo ha ganado al supuesto desafuero arquitectónico. Lo que se avecina atenta contra la esencia urbanística del II Ensanche, y la naturaleza de la actuación de Salesianos hará imposible su asimilación. Que se confunda arquitectura y urbanismo, una pena. Con la llegada de Balduz a la alcaldía de Pamplona, primer alcalde de la democracia e impulsor de la nueva manera de entender la ciudad, viró el rumbo especulativo de los años setenta hacia una actitud más social (Plan Municipal de 1984). Incluso las últimas corporaciones del franquismo venían trabajando por frenar el impulso especulativo de aquellos años. Desde entonces, entre todas las corporaciones, apoyadas por el cuerpo técnico municipal, han sumado unos cuantos espacios urbanos interesantes para Pamplona. La plaza de Yamaguchi, la plaza Felisa Munárriz, el bulevar de Iturrama, el bulevar de Rochapea, el paseo Sandúa, la plaza Alfredo Floristán… son buenos ejemplos. Y desde aquel impulso balduciano, causado por la energía emanante del drástico cambio político que supuso la Transición, las diversas corporaciones han conducido con bastante acierto la definición de la forma y usos de Pamplona. Pero con el affaire Salesianos, el Gobierno de Navarra “secuestró” la voluntad municipal y erró, el actual no corta la hemorragia, y al ayuntamiento actual apenas le queda poner vendas en la herida. Una pena, que se cambie un rumbo histórico bien encarrilado. Es cierto que el origen de la perversión se encuentra en la excesiva edificabilidad con que se dotó a la parcela de Salesianos por arte de birlibirloque. Pero sin remontarme a ese momento, no alcanzo a entender cómo no se ha podido llegar a una solución cuyos parámetros de altura, alineaciones, fondos edificatorios… se aproximaran a los de formación del II Ensanche. Eso sí ha podido hacerlo el actual Gobierno de Navarra, manteniendo la edificabilidad y sin coste indemnizatorio alguno. Si romper de esta forma la silueta de Pamplona es grave, cuando veamos construida la pantalla residencial que está prevista en la alineación de la calle Leyre, por ejemplo, no va a haber brazos suficientes para echarse tantas manos a la cabeza. Ese va a ser el legado del actual Gobierno de Navarra, al no ver lo que se nos viene encima y no plantear una solución más aceptable y sin indemnizaciones. O sea, una enorme pena.

La actuación de Salesianos nunca debió de salir de la competencia municipal. Con el PSIS, se ha hecho “ingeniería urbanística”, tal y como se hace, por ejemplo, “ingeniería financiera”; baste ver cómo ha salido Maristas de la avenida de Galicia para comprobar que no hacía falta ningún PSIS para trasladar un centro educativo a Sarriguren. Creo no equivocarme si afirmo que, de haber sido el cuerpo técnico municipal quien se hubiese enfrentado a la cuestión, jamás se habría aprobado la ordenación emanante del PSIS de Salesianos. Una pena, que nadie recordara a tiempo lo que dijo Plinio el Viejo: zapatero a tus zapatos. Porque debe saberse que la edificabilidad vigente casi encaja con dos manzanas ligeramente más altas que las del resto del II Ensanche, (B+6+A). Entonces, si no se ha sido capaz de encontrar una solución que obtenga al menos un buen espacio público (las hay, me constan), ¿por qué no pueden plantearse dos manzanas de seis o siete plantas con una ordenación parecida a las últimas actuaciones de sustitución del II Ensanche? No dudo que, comercialmente, puede suponer un atractivo la oferta de pisos altos con buenas vistas. Pero ese atractivo se compensa con la existencia de pisos invendibles. ¿Qué atractivo tiene un tercer o un cuarto piso que da a un patio de manzana con un edificio enfrentado de diez o doce alturas? Por eso, aún no ha terminado esta infausta operación inmobiliaria. Y puede que renazca la esperanza. Sí, despojada la corporación municipal actual de la competencia de ordenar esta parte de la ciudad, (legalmente, pero despojada), la última baza está en mano de los promotores. Espero que quien se la juega no se deje llevar por perspectivas engañosas (todas lo son; no sé que tienen los 3D que todo parece maravilloso). Además del promotor tradicional (y de los bancos venidos a promotor), hay fondos de inversión que buscan activos rentables a largo plazo. Se compra, y si hay que esperar, se espera; lo importante es hacer caja. Me debato entre la pena y la esperanza. En fin, aún no ha terminado esta partida de palé. Perdida la esperanza en el poder público, solo queda esperar la reacción de los mercados. Pronto veremos quién compra suelo en la calle Leyre y quién lo hace en la calle San Fermín. Siempre ha habido mejores lugares que otros. En todo caso, dudo que las grúas se amontonen, y el desarrollo previsto tardará en completarse. Si el parné no lo remedia, tendremos obras para rato. Me atrevo a traer a colación lo que don Juan Tenorio espetó: “Cuán largo me lo fiáis, amigo Sancho”.

El autor es arquitecto de la Gerencia del Ayuntamiento de Pamplona

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