Literatura: de tiranos, caudillos…(IV)

Quizá la obra más conseguida, y celebre, del escritor cubano Alejo Carpentier fuese «El siglo de las luces» ( 1962), en la que fijaba su mirada en algunos intentos revolucionarios exportados de inspiración europea («hubo un intento de trasplantar la Revolución francesa al Caribe. Los enviados de Robespierre a la isla de Guadalupe no tuvieron muchos éxito. Hay una frase de Víctor Hugo relacionada con todo este pasaje prerrevolucionario importante: las palabras no pueden caer en el vacío, pueden fracasar los hombres, como les pasó a ellos, pero el espíritu revolucionario subsiste. Y así fue, este espíritu subsistió y desembocó en la guerra de la Independencia de América»), ya anteriormente había escrito sobre música (hasta una Historia de la música cubana en 1946) y había hurgado en temas relacionados con lo afrocubano y el mestizaje, provocada por la presencia hispana (Ecué-Yamba-O o, en cierto sentido, Los pasos perdidos). Tras la novela a la que me he referido hubo un tiempo de silencio que fue roto con la publicación en 1974 de la novela de nombre cartesiano: «El recurso del método» (dieciocho citas del autor de « El discurso del método» abren los diferentes capítulos).

En ella conserva el tono musical propio en sus anteriores obras y aflora con fuerza su tan mentado barroquismo; él se refería al asunto como casi una necesidad, ya que tal espíritu empapaba las venas de América latina y muy en especial, las de las islas del Caribe («El barroco se produce en momentos de máxima fuerza de ciertas culturas. El barroco se produce en Rabelais, en Quevedo, en Calderón, en Gracián, en Proust, en Joyce. El barroco es un lujo de la creación. Es la creación lírica que no necesita circunscribirse y que admite lo que los compositores llaman la forma abierta, es decir, la forma que permite la expansión»). Ha de añadirse antes de proseguir que para Carpentier era previo ser buen ciudadano a ser buen escritor y de este modo en sus obras cobra presencia su compromiso cívico y se ubican en el continente Historia; esta actitud, en lucha contra las dictaduras de Machado y de Batista, le supusieron cárcel y exilio, entre otros lugares en Francia, país al que quedó unido (amén de por los orígenes de su madre) y que le sirvió para establecer no pocas relaciones con lo más granado de la cultura universal y con diferentes corrientes del arte (muy en concreto con el surrealismo).

En la obra que provoca estas líneas y en la que se realiza un retrato de un dictador latinoamericano, terreno que ya había explorado Carpentier con anterioridad (El reino de este mundo y, en no menor medida, en su ya nombrada El siglo de las luces con su brutal protagonista, Víctor Hugues), afloran muchos de los aspectos que vengo señalando: por una parte, el colorido barroco, la amplia cultura del escritor que no se priva de hacer moverse a su principal protagonista en una ambiente repleto de amplias referencias culturales y musicales. En lo que hace al terreno musical, la composición de la novela podría organizarse, sin forzar de ninguna manera la nota, del mismo modo de una sinfonía que comenzando con un allegro ma non troppo avanza hacia un abierto allegro vivace para desembocar, tras algunos momentos estrepitosos, en un cierre triste.

La novela irrumpe con el Primer magistrado –nombre con el escritor designa al dictador- y su séquito, con papel destacado de un consejero de nombre Peralta; el dictador nada tiene que ver con los personajes chusqueros pintados por Valle-Inclán o Asturias, sino que el que nos es presentando está más cerca de un déspota ilustrado, hombre de amplia cultura y con hondas preocupaciones por tratar de guardar las maneras, al menos de cara para afuera. El ambiente y las relaciones que mantiene el distinguido señor son de alto copete, con gentes de amplia cultura y responsabilidades periodísticas y otras. Su hija, Ofelia -«sum qui sum desde pequeña y no sería otra»– toca el piano y vive su vida como una reina con todos los caprichos y mostrándose no pocas veces díscola y despreocupada con respecto a las preocupaciones e intereses de su padre.

Un día las noticias llegan de La Habana, dando cuenta de que las cosas están a punto, que los enemigos están cercados y su derrota ha de suponer la entrada triunfal del nuevo jefe del gobierno. La partida se prepara y de inmediato se organiza la navegación que conduce al Primer magistrado y sus consejeros al país en donde son esperados por el agregado militar de los Estados Unidos y allá se dedican a esperar el momento clave para tomar el poder, («a medida que me henchía del are de mi aire, me iba haciendo más Presidente…»). Los discursos son diversos en el seno de las fuerzas armadas,. desde quienes se mantienen fieles a las escuelas guerreras germanas a quienes tratan de hallar una vía propia, que se extiende igualmente a los discursos políticos que comienzan a reivindicar la grandeza y las particularidades del país, más allá de las influencias ajenas («esas batallas ideales, llevadas a catalejo y gemelos, con cartas cuadriculadas y aparatos de precisión, hacían soñar, desde luego, a ciertos generales con bigotes kaiserianos»). Y al final el barroco discurso del Presidente es pronunciado con sus referencias a los traidores de la patria, de los revolucionarios (mención aparte merece el reducto de Nueva Córdoba… demasiado india… que al final sería tomada a pesar de la férrea resistencia de unos inditos descamisados y la dirección del doctor Luis Leoncio Martínez , hombre «abstemio y madrugador, vegetariano militante, padre de nueve hijos, admirador de Proudhon, Bakunin y Kropotkin, que se había carteado antaño con Francisco Ferrer, el maestro anarquista de Barcelona»; reafirmado en su presidencia tras una consulta-trampa que, por supuesto, dio como resultado un multitudinario sí. No hay que mirar siempre a los modelos importados del viejo continente, pues antes de que ellos descubriesen ciertas cosas, estas ya estaban consolidadas en los países latinoamericanos, restos arqueológicos mediando, etc. (El hallazgo de unas momias, en pleno fregado guerrero, que se decide enviar como regalo al Museo del Hombre parisino, presencia que de paso debería servir para que la presencia del país y la antigüedad de restos culturales quedase patente… es buen ejemplo del orgullo patrio; «demostrándose que de mundo nuevo o Nuevo Mundo nada teníamos, puesto que nuestros emperadores lucían esplendorosas coronas de oro, pedrerías y plumas de quetzal…» . Los increíbles avatares que van a rodear al envío, cuando este es dirigido a otro país del que ha de ser recuperado… es de toma y unta, alcanzando el asunto niveles de kafkiano humor). Los intentos de dotar de grandes construcciones simbólicas a la ciudad no faltan y la grandilocuencia tampoco, al recurrir a un arquitecto italiano y a la erección de una llamativa cúpula de el Capitolio que ha de ser coronada de una valiosa joya (que, por cierto, en el fragor de la huida alguien birlará). Todo era una maravilla… «…progreso, desarrollo agrícola, obras públicas, fomento de la educación, buenas relaciones con Francia, etc., debida a la avisada gestión del Primer Magistrado. Mientras otras naciones jóvenes del Continente naufragaban en el desorden, aquel pequeño país se erigía en ejemplo, etc., etc., no olvidándose que, frente a poblaciones a menudo incultas y revoltosas, pronto seducidas por ideologías disolventes y subversivas…».

La lucha contra la revolución exige medidas drásticas que el Primer magistrado y sus epígonos no dudan en aplicar con toda dureza; dicho esto, también es verdad que en algunos momentos el Primer magistrado muestra más cintura que muchos de sus allegados al tratar de acercar a sus posiciones –o pagarle un exilio dorado con todo opíparamente pagado- a un influyente líder de los revoltosos: el Estudiante (quien por cierto más tarde aparecerá, campaneándose, por los Parises, ante un derrotado Presidente). Las escenas bélicas cobran presencia y las tendencia a aniquilar, sin contemplaciones, al enemigo también. Mas los peligros que acechan al dictador no vienen de sus enemigos externos sino que en el propio seno del ejército hay un ruido de sables que supone que algunos quieren ocupar el sillón del actual mandatario, que no cabe duda de que gozaba de una cultura recibida en tierras europeas… y algunos militares que habían sido de absoluta confianza para el Presidente se alzaban en armas contra su poder… « y habría que perseguir por tales tierras al General Hoffmann, cercarlo, sitiarlo, acorralarlo, y, al fin, ponerlo de espaldas a una pared de convento, iglesia o cementerio, y tronarlo. “¡ Fuego!” No había más remedio. Era la regla del juego. Recurso del Método».

Las tensiones van en aumento no solo por las disputas internas sino también por la situación mundial, que obviamente influye en la economía de la isla; hasta llega a alegrarse del inicio de la primera guerra mundial con el fin de que las preocupaciones y los ojos de la prensa, muy en especial, se fijen en otros lugares y dejen de mirar, y dar cuenta, de las tropelías que se cometen en el país comandado por el Primer magistrado. Los intereses económicos también hace que muchos países sigan con indudable interés las luchas que se dan en el lugar. Ante el cerco, cada vez mayor, que el Primer magistrado siente a su alrededor, éste ha de recurrir además de a la nombrada represión, a maniobrar para intentar quitarse de en medio a todos aquellos que le puedan hacer sombra; tampoco descarta llegar a acuerdos con los siempre vilipendiados norteamericanos para salvar su poder, y pasando el tiempo y viéndose en una situación de creciente dificultad, comienza los preparativos de buscarse un exilio dorado en su adorada capital del Sena. Mientras que piensa en la obligada huida, sus bolsillos siguen llenándose, en aquellos momentos en que los «pilares de sus grandes discursos políticos, los términos de Libertad, Lealtad, Independencia, Soberanía, Honor Nacional, Sagrados Principios, Legítimos Derechos, Conciencia Cívica, Fidelidad a nuestras tradiciones, Misión Histórica, Deberes-para-con-la-patria… habían cobrado un tal sonido de moneda falsa». El Primer Magistrado antes apoyado comienza a sentir el desprecio del pueblo y el aborrecimiento de muchos de sus cercanos… por sus brutalidades, por sus cambalaches con los gringos… y cual gato panza arriba las maniobras se amplían por parte del Primer Magistrado, hasta llegar a hacer publicar la noticia de su propia muerte con el fin de que la gente saliese a la calle a festejarlo y allá ametrallarlas sin piedad. En medio de altibajos y intenso trabajo del aparato de agit-prop, los informes desfavorables se acumulan en el despacho del jefe, del mismo modo que se amontonan diferentes obras, entre ellas muchas de Karl Marx, para enterarse de aquella palabra que había comenzado a planear por el país: CO-MU-NIS-MO. Las prohibiciones de fiestas y celebraciones se decretan por doquier y los castigos aumentan en las cárceles y en la calle con el fin de frenar la creciente oleada de protestas.

Al final, el departamento de Estado de los USA, decide que es mejor quitar del mando al desacreditado dictador recurriendo a otros personajes que podrían representar con mejor cara los intereses del imperio. El dictador ha de huir a París, pero no como un triunfador, sino con la fama de “carnicero de Nueva Córdoba”, que la prensa airea uno y otro día. Esta situación de desprestigio hace que su soledad aumente, abandonado por su principal consejero Peralta, y que las antiguas amistades le den con la puerta en las narices, y hasta su misma hija –dedicada a sus guateques– se permite restregar a su progenitor las crueldades y torpezas que éste ha cometido cuando ha estado al mando del país. De hombre-providencial a desterrado, extrañado huido, escapado, en fuga… exiliado, despreciado, abandonado…

La capacidad descriptiva del escritor, su capacidad para hilvanar numerosos guiños culturales y filosóficos que irrumpen en poderosa tromba y que se ven acompañados de algunos hechos, cuya realidad histórica es contrastable, salpimentado todo ello de un corrosivo humor, hace que las más brutales escenas -que las hay- queden aligeradas (no en lo que a su denuncia se refiere) en su exposición, convierten la lectura en una sucesión de sabrosos flashes que a veces adoptan la forma de un indisimulado collage, y que aun haciendo sentir al lector que se halla ante situaciones absolutamente reales, como la vida misma, mas envueltas en los algodones de la ensoñación, por un maestro de lo real maravilloso… como de él dijese José Manuel Caballero Bonald: «Alejo Carpentier se sitúa así frente a su propia experiencia de narrador como un cronista de Indias frente al mundo descubierto: tiende a convertir la realidad objetiva en una maravillosa realidad, «potencia el valor de la historia, disfrazándola de mitología. Es decir, consigue elevar la novela a su máxima temperatura poética».

KAOSENLARED