El ‘Pedro Mari’ de Arturo Campión y Fco. Xavier Mina

Releer a Campión da casi más placer que leerlo por primera vez. Es maestro de escritores de novela histórica, campeón de las letras por la riqueza de su vocabulario y la extrema habilidad para combinar las palabras precisas que iluminan las ideas y los sentimientos tumultuosos de sus personajes, y finalmente por la erudición de sus contenidos. Me detengo en Pedro Mari, obra que se representó en todos los batzokis del PNV/EAJ en la etapa republicana, en la campaña del Estatuto, y cuyos actores tuvieron fama porque se elegían no solo por ser buenos intérpretes sino por guapos, dignos de representar a un personaje al que Campión describe… “mocetón de ojos garzos, pelo de maíz y cara sonrosada, alto cual el pino y vigoroso como el roble”. Pedro Mari decide marchar de su caserío ancestral a Chile para ganar algunos dineros y porque detestaba la guerra que se cernía en el horizonte… “Aún más que la guerra, detestaba la disciplina y la vida acuartelada, pues la montaña había dispuesto en su alma el amor a la paz pastoril, la raza el amor a la independencia individual. Ni el pastor ni el basko se avenían con la servidumbre”, asegura contundente el autor.

Las desventuras que sufre Pedro Mari son paralelas a las de un pueblo que perdía su identidad, pese al autogobierno que le otorgaban sus Fueros. Desde su lujurioso valle de Baztan camina hacia el sur buscando el puerto del que iba a zarpar su vapor, intercambia requiebros, refranes y canciones con mozas que escarbaban el trigo, se interna en la planicie de la meseta donde cada vez era más alegre el cielo y más fea la tierra, le roban y acaba de leva en un regimiento, enrumbando hacia Zaragoza ya que a España, dice el autor, “le sorprendía la guerra con Francia, como de costumbre, sin elementos militares”. Distinguido por su complexión e indudable valor en la refriega, es tardo en su hablar castellano como todo vascongado, afirma un superior monolingüe. Dando vítores al rey, la religión y la patria, con una escasa preparación militar, van a luchar contra el francés que se montó una revolución hereje, pretendiéndola importar, traspasando la frontera pirenaica. En un momento de su infeliz trasiego, deambulando en la frontera, Pedro Mari escucha algo a lo lejos… su corazón se exalta.

Es el idioma natal y, en su pecho, desatada la tormenta, hace que sus manos dejen caer el fusil, corre monte abajo, y se enfrenta a una partida de hombres, ya en la parte francesa, a los que se presenta como euskaldun. Desvanecidas las dudas, despierto el ánimo, reencontrado con su esencia, participa de la partida de euskaros en pro de la Revolución. Finalmente recae en manos españolas y es sentenciado como traidor, él, que no sabe ni en qué lado está, ni tan siquiera porque está en semejante guerra. Se atreve a protestar de con qué poder le quitan la vida. Sin contestarle, es condenado y fusilado de espaldas por traidor. Su cadáver, al ser desatado, da media vuelta, con la honrada cara mirando hacia Nabarra.

Es la historia de las guerras, de la tremenda realidad de un pueblo fronterizo, divido entre dos reinos belicosos, que debe servir a ambos, y acaba disparando contra su propia familia. Ser euskaldun le identifica, pero no le salva de ser agredido. Intenta ser Pedro Mari el retrato literario del pueblo vasco en su andadura histórica de los últimos siglos, y parece ser es el retrato de Francisco Xavier Mina, a quien en estos días, merecidamente, recordamos.

Nacido en Otano, Mina representó la resistencia guerrillera contra los franceses invasores. Tras arduas combates en los que resulto vencedor, es hecho prisionero y tratado benignamente por Napoleón. Tras su caída, recibió un trato desfavorable del rey por quien luchó, Fernando VII. Mina, percatándose de su deriva hacia el absolutismo y de la intervención bélica en las colonias americanas para mantener a cualquier precio el Imperio, lo reprueba. Después de una estancia en Londres, reunido con conspiradores, entre ellos Simón Bolívar, marcha a México, y con su partida de 300 hombres recorren un camino corto y triunfal en tierras del Anahuak, en lucha contra el absolutismo de Fernando, abrazando con sus proclamas y gestos militares la causa de los mexicanos libertarios. Prisionero por los realistas, fue fusilado por los soldados del batallón Zaragoza, vuelto de espaldas por su traición al rey. Escribí en mi novela dedicada a Mina, “El manuscrito de Carlomagno: …Mina fue un Quinto Sol… los soldados del rey le despojaron de su uniforme para fusilarle, de su gorro de plumas, de su guerrera negra de cuello alto y sus botas de charol, que conservaban el polvo del recorrido invicto de seis meses por el norte de México… se le despojó de todo para condenarle hasta el fin… Mina quería un mundo donde se pudiera crecer sin el temor a los tiranos, el apabullamiento de los poderosos y la condenación de su libre albedrío”.

Hay personajes en la historia imaginaria, como Pedro Mari, o en la historia real, como Mina, que se identifican con la vida de sus pueblos, volviéndose expresión de los mismos. Como Pedro Mari, Mina encarnó un anhelo de libertad que Campión llamaría fibra pirenaica, esa parte del carácter vasco que no se aviene con la servidumbre y reclama libertad.